—No, gracias. No bebo.
—¿Por qué?
La brusquedad de su pregunta hace que me sienta aún más incómoda.
—Entre semana. No bebo entre semana.
—Entiendo. Sí, no vaya a ser que se nos vaya de las manos. —Esboza una sonrisa, pero ésta no alcanza sus ojos azules—. ¿Cómo está tu marido?
Inspiro súbitamente. Acaba de relacionar el alcohol y lo de que se nos vaya de las manos con mi marido en dos frases muy seguidas.
—Está bien. —Empiezo a recoger mis cosas para marcharme. Puede que me haya tocado la fibra sensible sin querer, pero sigue mirándome con anhelo, y empieza a resultarme insoportable—. Te llamaré en cuanto me pasen las fechas.
Me levanto con demasiada brusquedad y el tacón se me engancha en la pata de la silla, haciendo que me tambalee ligeramente. Está junto a mí en un instante, sosteniéndome del brazo.
—Addison, ¿estás bien?
—Sí, tranquila. —Recobro la compostura y hago todo lo posible por no parecer incómoda, pero ahora que me ha puesto la mano encima no va a soltarme fácilmente. De