Me siento un poco culpable. No me costaba nada telefonear a Dan para decirle que iba a estar fuera de la ciudad unos días.
Un camarero deja una bandeja en la mesa, ahorrándome así más preguntas. Todo el mundo toma su bebida y mis tíos exclaman con entusiasmo al ver sus vasos llenos de alcohol. Miro mi vaso de agua con el mismo poco entusiasmo que siento por él y suspiro al ver la copa de vino de mi tía.
—Bueno, ¿qué van a querer? —pregunta ella—. Yo creo que voy a pedir la mariscada.
Me inclino sobre Nick para compartir su menú y dejo caer la mano sobre su rodilla. Me la toma y la besa distraídamente, sin apartar la vista de la carta.
—¿Qué te apetece, nena?
—No lo sé.
—Yo voy a pedir mejillones con mantequilla de ajo —anuncia mi tío señalando la pizarra que muestra todos los sabrosos platos de marisco—. Están deliciosos.
Se relame y le da un trago a su copa.
No sé qué hacer. El marisco es obligatorio, sobre todo estando tan cerca del mar, pero ¿qué pido? ¿La mariscada, llena de almej