Echa el pestillo en un segundo y con su cuerpo me empuja contra la pared. La música resuena con fuerza. Hay uno saltavoces integrados en el techo pero me obliga a bajar la cabeza. Nuestras miradas se cruzan. Sus ojos son oscuros, completamente turbios, y tiene la boca entreabierta. Jadeo, me toma por las muñecas, me levanta los brazos y los clava a ambos lados de mi cabeza antes de morderme el labio inferior y apartarse sin soltarlo. He perdido el control sobre mi cuerpo. El estómago se me revuelve y envía las punzadas que martillean dentro de mí hacia abajo, hacia mi sexo. Lo necesito con desesperación pero, con las manos clavadas en la pared y su cuerpo duro contra el mío, lo único que puedo mover es la cabeza. Así que intento atrapar su boca pero me esquiva. Va a poner condiciones.
Cuando acerca los labios a pocos milímetros de los míos, confirma mis sospechas. Su aliento, ardiente y mentolado, me llega a la cara pero entonces se aparta. Está jugando conmigo. Espero a que me pregun