Conozco tan bien ese rugido que me degira al instante a la realidad justo cuando otra ardiente mordedura me golpea la espalda. Me sacudo, atónita. Los grilletes de metal suenan con fuerza encima de mí. Soy incapaz de abrir los ojos. Me pesa la cabeza, mi cuerpo cae exánime y apenas siento los brazos.
—¡Joder! ¡Addison, no! —grita con la voz rota. Empiezo a balancearme ligeramente y siento sus cálidas manos por todo mi cuerpo—. ¡Mark, suéltale las manos! ¡Joder! ¡No, no, no, no, no, no!
—¡Hijo de puta!
—¡Mark, joder, bájala de ahí! —exclama, aterrado.
Me agarran y me acarician todo el cuerpo, al tiempo que siento la seguridad de unas manos grandes y torpes sobre las mías atadas por encima de mi cabeza. Mis brazos caen pesados y me desplomo en los suyos.
—¿Addison? ¡No, por favor! ¿Addison?
Soy vagamente consciente de que me están moviendo.
Y entonces comienzo a sentir el dolor.
«¡Joder!»
La piel me arde y el sufrimiento emana desde todas y cada una de las terminaciones nervios