Señala con la cabeza un Starbucks que hay en la acera de enfrente.
Me lo comería a besos. Lo rodeo con los brazos en señal de gratitud por haber sido tan precavido.
El masaje que me ha dado me ha devuelto a la vida, y ahora voy a poder tomarme un café de Starbucks. La carrera ha valido la pena. Se echa a reír y se pone de pie conmigo todavía abrazada a su cuello.
—Estira las piernas —me ordena con dulzura deshaciéndose de mi abrazo.
Protesto en el acto y recuerdo la última vez que me dijo que estirara después de salir a correr y no lo hice. Como resultado, me pasé el día llevándome el pie al trasero, intentando que me dolieran menos las agujetas.
Observa de pie cómo estiro cada grupo muscular. Se lo ve contento y le brillan los ojos. No hay ni rastro de la arruga de la frente.
—Vamos. —Me toma de la mano y caminamos hacia Starbucks.
Como es tan temprano, nos sirven en seguida. Tengo hambre, pero si como algo voy a recuperar las calorías que acabo de quemar. Aunque todo h