Giro la cara hacia él, que adivina lo que quiero al instante y cubre mi boca con la suya. Muerdo con suavidad su labio inferior y tiro para que se deslice poco a poco entre mis dientes. Me mira fijamente mientras sigo moviendo su mano arriba y abajo en una caricia lenta e interminable.
—No te corras —dice con voz ronca.
De inmediato retiro la mano y se la llevo a la boca. Me mira fijamente mientras empieza a lamerse la palma y los dedos. Dios santo, me muero de ganas. Pero no puedo desobedecerlo, no en estos momentos.
Me desabrocha el sujetador y me giro. Me aparta el pelo de la cara.
—Prométeme que no vas a dejarme nunca.
Alzo la vista hacia sus ojos atormentados. No me acostumbro a su parte insegura. No me gusta, aunque al menos es una súplica y no una orden.
—No voy a dejarte nunca.
—Prométemelo.
—Te lo prometo.
Le tomo una muñeca y le quito los gemelos de la camisa, luego hago lo mismo con la otra y se la quito por los hombros. Deja los brazos laxos y ladea la cabeza, mirando