—¿Cómo van las cosas con Marcus D’monte? —pregunta. Paolo tiene especial interés en que el libro nuevo le agarde a su socio.
—Lo que tengo entendido es que llega el Viernes —digo mientras me siento en mi escritorio—. Me ha mandado por correo electrónico algunas ideas. Y estoy avanzando con los capítulos del libro.
Paolo echa un vistazo al manuscrito que llevo en las manos. A él siempre le ha gustado leer el trabajo terminado y bien pulido, era como una sorpresa para sí mismo, por eso todo eso se lo dejaba a Marcus y Alex.
Me observa con detenimiento.
—Tal vez no sea asunto mío, pero no pareces tú misma. ¿Te ocurre algo?
—No, estoy bien, de verdad —miento.
—¿Segura?
«¡No!»
—Si —digo, y sonrio.
El sonido de mi movíl inunda la oficina. Arrugo la frente y, al tomarlo, veo el nombre de Nick parpadeando en la pantalla. Ha vuelto a manipular mi teléfono. Mi corazón se acelera, y no de una forma agradable. No puedo hablar con él.
—Te dejo para que contestes. ¡Y arriba ese ánimo, guap