El aire a mi alrededor se había congelado, no por la noche fría, sino por el eco helado de la última palabra de Enzo. La incredulidad me golpeó en el pecho tan fuerte que por un instante olvidé cómo se respiraba.
—¿Liberado? —Mi voz fue un susurro hueco, casi un gemido. La pesadilla no había terminado; yo seguía atrapada en ella porque no se me justicia—. ¿Cómo diablos es posible? Lo que hizo… fue intento de homicidio.
Enzo soltó mis mejillas. La decepción se transformó en una sombra oscura de frustración y culpa. Se pasó una mano por el cabello, un gesto que en otras circunstancias habría encontrado atractivamente descuidado y que me hubiese embobado como siempre pasa a pesar de lo que me ha hecho, pero que ahora solo era el signo de un hombre bajo la presión de su apellido.
—Mi padre —dijo, y la mención del patriarca Black resonó en la sala como el golpe de un martillo en un tribunal—. El dinero, Sasha. El nombre. No iba a permitir que algo como esto arruinara la reputación de los B