El clic del pestillo fue un tiro, seco y final, que resonó en el silencio tenebroso que nos rodeaba.
Mi respiración se cortó. El miedo regresó, un miedo que me paralizó que me hizo olvidar que debía correr o pedir ayuda, un miedo frío y venenoso, el mismo que sentí aquella noche en la carretera. Su mirada era la misma que de esa noche, la reconozco, es vacia pero hay algo mas que hace que mi mene grite “Peligro”.
—¿Creíste que ibas a salir de aquí sin un agradecimiento? —La voz de Leo era baja, whisky y resentimiento puro. —Pero mirate, mira lo que has conseguido gracias a mi mi linda Lana.
Retrocedí, mi espalda golpeando el lavamanos y me estremece, el mármol frío enviando un escalofrío a través de la seda del vestido. El terror me secó la garganta casi al instante.
—Sal de aquí, Leo. Esto es el baño de damas. —murmuro con gran dificultad.
—El único lugar donde puedo hablar contigo sin que mi hermanito me apuñale con su mirada y me interrumpa es este —se acercó, un paso lento que se