Me desperté sola.
El sol de la mañana se filtraba por las pesadas cortinas de terciopelo de la habitación, pero la habitación seguía sumida en una penumbra molesta pero tranquila para seguir durmiendo.
«No. No me ames, Sasha.»
La voz de Enzo resonó en el silencio. Me cubrí el rostro con el brazo. Había confesado mi amor y él, el hombre que me había salvado de su hermano, lo había rechazado con la lógica fría de un estratega, pensé que sentía lo mismo que yo pero ahora… mierda, solo estoy muriéndome de la vergüenza ahora mismo. Me había reducido a… dios, ni siquiera yo lo sé.
Me levanté con dificultad. El estaba en el suelo, una masa arrugada junto a su traje destrozado. Enzo no estaba en la habitación, pero lo escuché. El sonido de su voz, clara y autoritaria como siempre y provenía del salón contiguo. Estaba en una llamada, ya operando.
Me dirigí al baño. Al mirarme al espejo, no vi a la asustada Sasha de siempre que se mantenía en las sombras al margen de todo. Vi a una mujer con el