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Capítulo 9: ¡Abofeteando al jefe!

Victoria, bastante molesta y herida en su ego, tomó lo poco que tenía en la oficina y se dispuso a marcharse.

Su amiga Rebeca la acompañó en silencio, mientras los demás empleados las observaban y murmuraban terribles cosas sobre ella. ¿Cómo era posible que hubiera abofeteado al jefe? ¡Él era un mal jefe, un desgraciado! Pero… ¿golpearlo? Y aunque los murmullos no cesaban, en el fondo estaban felices, por fin alguien le había dado su merecido al ogro Andrés Castillo.

    __ Rebeca, amiga, préstame tu auto, ¡yo te lo llevo hasta tu casa después de llevar mis cosas a la casa de tía Helena!

   __ ¡Pero… tú no sabes conducir muy bien, además no tienes licencia!

   __ No va a pasar nada, ¡ya Dios me ha castigado lo suficiente! ¡Debe estar ocupado con alguien más a quien joderle la vida!

Rebeca, sin querer, le dio las llaves de su auto a Victoria. No quería enfrentar la furia de su amiga en ese momento. Si había golpeado a Andrés, que era el jefe, ¿qué haría con ella, que solo eran amigas?

Mientras Victoria y Andrés discutían, Brenda había llamado a su prometido. Él contestó la llamada y luego solo se escuchaba una fuerte discusión. Brenda se quedó en la línea, escuchando cada palabra: ¿Era Victoria quien hablaba con Andrés? ¿Por qué estaba ella en la empresa y qué buscaba? Rápidamente se dirigió hasta allí para buscar a Andrés y lo encontró en su oficina, de muy mal humor.

—¿Por qué viniste? Ahora estoy muy ocupado.

—Te llamé y me dejaste en espera mientras hablabas con Victoria.  Ahora Andrés se daba cuenta de esta situación. 

—… Sí, te iba a contar que esa mujer trabaja en la empresa; la despedí. Además de ser mala empleada, me abofeteó delante de todos los empleados. Creo que aún está enojada por lo nuestro.

—Es una atrevida; si yo hubiese estado aquí, también la habría golpeado.

—No vale la pena meterse en problemas por tonterías.

—¿Tonterías? ¿Es que te abofetean delante de tus empleados? Todos ellos te perderán el respeto y en cualquier momento otro también te golpeará —dijo Brenda, enojada. 

—¡Nadie se atreverá a tal cosa! Y si lo hace, que firme su sentencia de muerte. Ella ya fue despedida, y punto. No quiero hablar más del tema.

       

Victoria quería llegar a casa de su tía y organizar la maleta se iría de vuelta a su pueblo, ya no aguantaba más tantas humillaciones, Andrés era un perfecto idiota, la había despreciado delante de sus amigas y ahora la despedía de la empresa como a un perro, ese fue la gota que derramó su vaso y no, no había vuelta atrás, se iría para su pueblo, Purísima y punto. Llamo a su madre para informarle lo que pensaba hacer, pero esta la dejó a un más confundida.

    __ Hija, yo pienso que no debes venir al pueblo en este momento, el caso del accidente, no está del todo resuelto y podrían llevarte a la cárcel y eso sería devastador para mí y tu abuela, además, siento que te rendiste muy fácil mi Vict. Tu tía y tus primos llevan años en Bogotá y nunca los he escuchado que quieren regresar al pueblo, aquí no hay mucho que hacer, todo sigue igual, las calles polvorientas, las chismosas del barrio, los chismes en el pueblo, la gente todos los fines de semana en las cantinas, tus amigas cambiando de novio, en fin, todo sigue igual, hija. Las palabras de su madre la dejaron sin saber que decir o hacer, lo que si vino a su mente fue lo sucedido aquel fatídico día en que su vida cambió y por el que no puede ir a su pueblo aún. 

Victoria dolida con su padre, ya que siempre le hacía promesas y casi nunca las cumplía. El día de su graduación, en vez de estar súper feliz, Victoria se sentía la joven más desafortunada del mundo. Deseaba estar al lado de su padre, que la viera y compartiera este logro con ella, como lo era obtener su diploma de bachiller. No había estado en las fechas especiales por estar en Bogotá con su otra familia, su familia "verdadera", no ella y su madre, quienes Vivian en el departamento de Córdoba. Al parecer, ella había sido solo un error en su vida. 

Su padre, Antonio Caballero, un hombre importante en el mundo de la publicidad en la ciudad de Bogotá y el país, era adinerado, dueño de una de las empresas más grandes y prósperas. Sin embargo, nunca estaba en la ciudad, siempre viajando, y poco lo veía. Ella le había pedido, hace muchos meses, que no faltara a su graduación, y él le había prometido, por sobre todas las cosas, que la acompañaría. 

    -Lo mismo dijiste el día de mis 15 años y te esperé toda la noche, pero nunca llegaste. 

    -Esta vez será diferente, hija, te lo prometo. 

Pero esta vez, su padre tampoco llegó. Su madre la acompañó a recibir su diploma con honores y la consoló diciéndole que no llorara por "tonterías".

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