Tharion
Ese idiota de Mikail, tan emocionado, pensando que se había salido con la suya. No imaginaba siquiera lo que le vendría encima por querer robarse a mi hijo… y claro, sus cochinas intenciones también incluían quedarse con Lyra.
La sola idea me provocaba un fuego amargo en la garganta, una mezcla de rabia y desprecio. ¿Qué pensaba, que podía venir a mis tierras y arrebatar lo que era mío por derecho? No lo iba a permitir. Usaría todo lo que estuviera en mi poder para impedirlo, y ya estaba en marcha el plan que terminaría por echar a ese maldito de aquí.
Caminé con paso firme hasta el salón de estrategia, donde mi consejero más leal me esperaba inclinado sobre los documentos. El aire olía a tinta fresca y a pergamino. Sus ojos, atentos y obedientes, se alzaron en cuanto crucé la puerta.
—Quiero que todo esté listo —ordené con voz grave, apoyando ambas manos sobre la mesa—. Ni un error, ni una grieta en lo que planeamos.
El hombre asintió con firmeza.
—Mi rey, puede estar seguro