Las primeras semanas con Mirakel en casa fueron la definición de la felicidad. Era una paz física y una calma que impregnaba cada rincón de la mansión, como un incienso curativo. Me movía por la casa con esa torpeza bendita de la nueva maternidad, vestida con pijamas suaves y con gorritos improvisado.
Recibí mucha ayuda de todos en la casa, comenzando con Avery, quien me contó lo que era ser madre primeriza. Hubo partes que le pregunté y no me respondió, sobre todo de la niñez de Dalton. Suponía que la traían malos recuerdos, o solo nostalgia. Y la entendía. Desde que tuve a Mirakel estaba más nostálgica que nunca. Todo me hacía llorar, hasta el llanto de mi propio hijo.
Ver a Dalton, el cerebro maestro y el CEO de Savage Holdings, recién nombrado para cubrir parte de los nuevos problemas que la empresa estaba presentando, cambiar pañales con una seriedad científica, era el mejor espectáculo del mundo. Sus manos, que podían negociar acuerdos multimillonarios o desarmar un rifle, ahora