Escapé del hotel de Massimo con una coartada endeble sobre una urgencia con el abogado de mi padre, sabiendo que él no creería la mentira, pero esperando que su arrogancia le impidiera seguirme. Mi auto blindado, sin Paolo, se abrió paso a través de las calles desiertas, y el asfalto mojado reflejaba la luz de los faroles.

Conducía hacia la casa de los Savage, esperando encontrar a Dalton, aunque fuese en el sótano desvencijado que había transformado en un santuario de la física antes de su exilio. Era un lugar que representaba mi pasado indómito, un sitio que olía a tierra, metal y sueños ambiciosos, una cápsula de tiempo de nuestra juventud. Esperaba que su familia me dejara verlo, y que todo se arreglara. Esperaba que… no sé… sucediera un milagro.

Al llegar, la puerta de acero oxidado de la entrada estaba apenas entreabierta. Bajé del auto y me deslicé dentro. Caminé por el sendero de gravilla hasta la puerta principal, y aunque toqué, nadie abrió. Recordé la puerta de servicio, y