Sus brazos eran mi prisión y su boca mi perdición.
Me derrumbaba. Me derretía contra Darak en un torbellino de emociones prohibidas. Sabía que estaba mal. Tan mal. Él me había hecho un daño irreparable, me había arrancado a mi hijo, me había robado mi libertad, pero cada vez que sus labios tocaban los míos, el mundo exterior dejaba de existir. Se reducía a nosotros dos, a la furia y la pasión. Se reducía a entregarme a él sin reparos.
Por un momento pensé que podría jugar con la mente de Darak. Que podía ingresar en ella para destrozarla, para crear una necesidad, pero todo lo que planeé se me regresaba. Era yo la que comenzaba a depender de él. a enloquecerme por él. Era yo la que creaba una dependencia emocional con mi mafioso.
—No sé lo que hablas —dije en un patético intento de resistencia.
Darak no respondió con palabras. Claro que sabía de lo que hablaba. Había usado mi cuerpo para atraerlo a mí, y atrapada con él en ese despacho me di cuenta que fue una terrible idea. Darak era