El sabor a fracaso era una amargura constante en mi boca.
Darak me había permitido jugar a ser una espía, un fantasma en su propia casa, solo para revelarme que había sido su marioneta en todo momento. Mi sabotaje, mi venganza silenciosa, no había sido más que una herramienta de limpieza para su imperio. La humillación fue tan profunda que se sentía como una herida abierta en mi alma. Me encerré en el silencio, mi único santuario. Dejé de hablar, dejé de comer, dejé de existir, pero mi mente, un motor desbocado de rabia, se negaba a detenerse.
Me sentía como un fantasma en mi propia vida.
Mis días eran un infierno constante de fiestas, cenas, galas en las que tenía que sonreír, saludar y actuar como la "esposa perfecta". Por las noches, me quedaba en la cama, mirando al techo y reviviendo el infierno que era mi vida. Mi cuerpo, una prisión de mi mente, se sentía tan pesado que no podía moverme.
Pero había algo que se negaba a morir. Una chispa. Un susurro. Una conversación que mi padr