Mundo de ficçãoIniciar sessão
El eco del agua cayendo desde el techo era la única compañía que tenía. Un goteo irregular, húmedo, frío… parecido al tempo errático de su respiración. Cada lágrima que caía por su rostro se mezclaba con la humedad del calabozo, como si ese lugar quisiera apropiarse también de su tristeza.
La piedra parecía absorberlo todo: su dolor, su miedo, incluso su nombre.Lyra llevaba horas… o quizá días… encadenada a la misma pared. Las manos, suspendidas sobre su cabeza, estaban amortiguadas por la herrumbre que se mezclaba con la sangre seca. El metal le mordía la piel con la intensidad de un depredador paciente. El olor a óxido, barro viejo y desesperación impregnaba cada bocanada que inhalaba.
Su mejilla ardía donde el consejo la había golpeado tras declararla culpable. La marca se sentía caliente, inflamada, como una herida que todavía respiraba odio. Ese latido agudo en su piel era un recordatorio constante de que ya nadie la veía como persona.
Solo como un estorbo que debía desaparecer.El mismo odio que él le había tenido desde el principio.
Ronan.
El Alfa de Fuego de Bruma. Su verdugo. Su dueño. El hombre que la había tomado con brutalidad y luego la había odiado por el único pecado que ella jamás cometió: sobrevivir.Una carcajada amarga escapó de su garganta al pensar en lo absurdo de todo.
—¿Cómo…? —susurró al vacío—. ¿Cómo pueden creerlo…?¿Cómo podían pensar que una madre mataría a su propio hijo?
A Sebastián.El recuerdo del pequeño cuerpo inerte sobre las sábanas aún la perseguía incluso cuando cerraba los ojos. La sangre. El silencio. El instante en que sus rodillas cedieron y su alma se quebró por completo. Ella había sido la primera en encontrarlo; había sido su grito el que alertó a los guardias.
Y aun así la señalaron como la asesina.
Porque era lo más conveniente. Porque el Alfa lo pidió. Porque nadie se atrevería jamás a contradecirlo. Así funcionaba el poder en aquella manada: la verdad nunca importaba más que la palabra del Alfa.Lyra apretó los dientes, intentando no llorar, pero el dolor la desbordó. No solo el físico. Sino aquel que se había instalado en su pecho desde hacía años. Ese que había comenzado la noche en que su propia manada, Luna Silente, cayó bajo el fuego y las garras de Fuego de Bruma.
Ella todavía recordaba la traición de su pueblo.
Recordaba las tropas de guerreros enemigos adentrándose en el palacio del alfa, los gruñidos, los gritos de terror de los sirvientes. Recordaba cómo el aire se impregnó de humo y miedo, cómo la luna se ocultó tras nubes rojas como si también temiera mirar.Cómo su padre había entrado a su habitación intempestivamente, en un intento desesperado de salvarla, y cómo cayó ante Fuego de Bruma. Recordaba cómo la entregaron a Ronan como trofeo, como botín de guerra, como símbolo de sometimiento.
Recordaba la mirada del Alfa cuando la vio por primera vez.
Esa mezcla de hambre, rabia y un deleite cruel que nunca olvidaría.Y recordaba la noche en que él la tomó con violencia, marcándola para siempre.
Después… después todo cambió en un instante.
Porque él lo supo.
Ronan, con toda su sangre alfa, su instinto, su poder… supo de inmediato que ella había concebido. Lo sintió. Lo olió. Lo reconoció.Y como llevaba más de ciento cincuenta años sin descendencia, como ninguna mujer había sobrevivido jamás a la gestación de un hijo suyo… la dejó vivir.
Ella había sido la única capaz de traer al mundo un heredero: Sebastián.
Su milagro. Su luz.Y aun así, después del parto, la relegaron a la servidumbre.
La Luna convertida en esclava. La madre del heredero convertida en sombra.El concejo había obligado a Ronan a aceptarla como Luna por el bien del linaje, pero él jamás lo había perdonado. La había castigado por ese embarazo todos los días de su vida.
Hasta que apareció Selira, la princesa alfa de Sombra Carmesí.
Perfecta. Bella. Poderosa. Todo lo que Lyra no era.Ronan había decidido que Selira sería su nueva Luna. Para eso debía repudiar a Lyra. La humillación fue pública. Cruel. Irreversible.
Y cuando Sebastián murió…
Lyra tembló. Cuando su hijo murió, todo terminó.La sentencia llegó sin juicio. El consejo la declaró culpable sin escucharla. Ronan exigió su muerte, y el consejo obedeció.
Ellos nunca la habían visto como Luna.
Ni siquiera como mujer. Solo como un recipiente que había servido su propósito.Ahora, ese recipiente sería destruido.
La luz cálida que apareció en su celda la tomó por sorpresa. No era fuego. No era antorcha. Era un resplandor suave, casi maternal, que no debería existir en un lugar como ese.
Una figura femenina comenzó a formarse frente a ella. No tenía rostro definido, pero Lyra sintió su presencia como un abrazo que había esperado toda la vida, como si ese brillo conociera cada fragmento roto de su alma.
—¿Quién eres…? —balbuceó, con la voz rota—. ¿Vienes a salvarme…? ¿O eres la muerte?
La figura no respondió de inmediato. Su silencio era profundo, casi sagrado.
Cuando finalmente habló, la voz no llenó el aire: llenó a Lyra.
—¿A dónde deseas volver?
Volver.
Esa palabra la perforó.Volver a qué.
¿A su vida rota? ¿A los días de humillación? ¿Al dolor? ¿A Sebastián… sin Sebastián?No respondió.
No podía.Sus lágrimas fueron la única respuesta.
Y, agotada, cayó dormida.
~~~
El agua helada la despertó con violencia.
—Levántate —ordenó una guardia—. Debes prepararte.
Un vestido blanco cayó frente a ella.
Blanco para la muerte.
Blanco para celebrar su final.
La llevaron al centro de la plaza. La multitud gritaba. Algunos con morbo. Otros con indiferencia. Nadie con compasión.
Había tantos rostros, pero ni un solo par de ojos que la viera como madre, como víctima, como algo más que un cadáver anunciado.
El verdugo levantó el látigo.
El primer golpe la hizo arquearse de dolor.
El segundo le arrancó un recuerdo.
El tercero le cortó la respiración.
Con cada latigazo, Lyra veía a Sebastián.
Su sonrisa.
Su llanto.
Su primer “mamá”.
Cuando cayó inconsciente, la despertó la sensación del arrastre. La ataron a un peso de hierro y la arrojaron al lago.
El impacto del agua le robó el aire.
Pataleó.
Luchó.
Intentó nadar.
Pero el peso la hundía más y más. La luz se desvaneció. El frío se transformó en silencio. Y Lyra se dejó ir.
Murió.
~~~
Lyra jadeó al incorporarse.
La habitación estaba iluminada por el sol de la mañana.
El aire olía a madera pulida y flores secas. El espejo frente a ella mostraba un rostro joven. Demasiado joven.Sus manos no tenían cicatrices.
Su cuerpo no tenía heridas. No era la sirvienta humillada. No era la Luna repudiada.Era ella.
La Lyra de antes. La princesa de Luna Silente.El cuarto que había sido destruido la noche en que su manada cayó estaba intacto.
Un grito afuera la hizo sobresaltarse.
Los recuerdos la golpearon.—¡Nos atacan! —vociferó un guardia.
La puerta se abrió de golpe.
Su padre entró, vivo, desesperado, respirando.
—¡Lyra! ¡Debes venir conmigo! ¡Ahora!Lyra sintió que el mundo se partía en dos.
La figura luminosa.
Su pregunta. “¿A dónde deseas volver?”El destino había respondido por ella.
Ella… ella había vuelto al pasado.
A la noche en que todo comenzó. A la noche en que la traicionaron. A la noche en que Ronan la tomó.No era salvación.
Era una segunda condena.El inicio del ciclo que la había destruido… otra vez frente a ella.
Y Lyra entendió, con un terror profundo, que esta vez no tenía a Sebastián para salvarla.
Pero sí tenía memoria.
Y esa era su nueva arma.






