Serena
Una hora después, entré en el dormitorio de Elías para recoger todas mis cosas. Sentí que las paredes de la habitación me oprimían, recordándome los momentos que habíamos pasado allí. Apartando esos pensamientos, me concentré en la tarea que tenía entre manos; no tenía sentido quedarme en la casa de la manada, así que empacaría mis pertenencias y me iría, con el dinero que había ahorrado de mis inversiones en acciones, podría quedarme seis meses en un hotel de cinco estrellas. Usaría ese tiempo para encontrar un trabajo.
Siempre me había enfocado en mis deberes como Luna de esa manada, por lo que nunca tuve tiempo para perseguir otros sueños, especialmente el de abrir una panadería. Ahora que no tenía obligaciones con la manada, podría concentrarme en mi sueño y tener una pastelería propia.
Sintiendo un poco de energía renovada con esa idea, comencé a sacar todos mis accesorios del cajón, hasta que mis ojos cayeron sobre un marco de fotos; cielo azul brillante, palmeras y arena llenaban el fondo, frente al cual estaba una pareja sonriendo hacia mí. Las mejillas de la mujer estaban sonrojadas, el brillo de felicidad en sus ojos era inconfundible mientras el hombre le rodeaba la cintura con un brazo.
—¡Ja, ja! ¡No puedes atraparme! —grité corriendo por la arena, sentía el calor del sol en mi piel mientras la brisa fresca enredaba mi cabello. Elías tenía una expresión desafiante al perseguirme, pero una sutil sonrisa adornaba su rostro bronceado por el sol.
Antes de darme cuenta, sus fuertes brazos me atraparon por detrás. —Parece que gané
Jadeé cuando me levantó suavemente del suelo, mi corazón latía con fuerza en mi pecho. Con una sonrisa juguetona, me giró en sus brazos. Nuestras risas se mezclaron y resonaron en el aire, el mundo desapareció mientras nos perdíamos en este momento.
Mi mano tembló al pasar la palma sobre la foto en el marco. Ese fue uno de nuestros mejores momentos, lleno de alegría y dulzura. Nuestra relación no era de amor, pero él se había estado ablandando conmigo poco a poco.
—Oh, parece que hay una ladrona aquí —me sobresalté al escuchar a Natalia, estaba de pie en la entrada de la habitación—. ¿Cómo te atreves a intentar robar mis cosas? —me acusó con los brazos cruzados.
Miré la ropa que sostenía. —Estas son mis cosas.
Ella se burló. —Ya no más. Todo lo que tenías, ahora me pertenece, incluido Elías. —sus palabras me hirieron profundamente, por lo que sonrió con satisfacción, disfrutando del efecto que tenía en mí. Sus ojos bajaron a mi mano, fijándose en el anillo que llevaba puesto.
Miré el anillo de diamantes; era muy especial para mí, pues Elías me lo regaló en mi cumpleaños.
—Este anillo te protegerá de todo, y en él está mi corazón. Te lo regalo —me dijo cuando me lo deslizó en el dedo índice. Era un diamante raro que no se podía comprar con dinero.
—Entrégame ese anillo ahora mismo —exigió Natalia, sus ojos brillaban por la codicia.
Di un paso atrás, protegiendo mi mano.
—No. —ese anillo significaba mucho para mí, aunque me separara de Elías, quería conservar una parte de él para siempre.
—No lo repetiré. Dámelo; es una orden. ¡Una orden de tu Luna! —gritó.
—Nunca serás mi Luna. Y no te lo daré —respondí con confianza.
—¡Maltida! —me agarró la muñeca con fuerza, chillé al sentir un dolor agudo que se extendió desde mi dedo hasta mi columna vertebral cuando me arrancó el anillo violentamente— ¡Dámelo o te cortaré los dedos, maldita perra! —gritó.
Instintivamente, la empujé con la otra mano haciéndola retroceder hasta que chocó con el pecho de alguien. Mis ojos se abrieron de par en par al ver a Elías sujetándola por detrás. Sus ojos eran tan fríos como el Ártico, congelándome en el lugar.
—¿Qué está pasando aquí?
—E-Elías —Natalia comenzó a llorar, envolviendo sus brazos alrededor de su cuello—. Yo… —sollozó— Solo le pregunté cuánto costaba el anillo, pero ella me empujó.
Lloraba como una niña pequeña.
—Eso no es cierto. ¡Ella intentó quitarme el anillo! —protesté.
—¿Y qué si lo hizo? —preguntó Elías con el rostro pétreo, sin emociones—. Le dije que podía quedarse con el anillo cuando me lo pidió.
Con incredulidad, no parpadeé mientras lo miraba. El tiempo se detuvo porque no podía creer lo que decía.
—Entrégale el anillo, Rena —ordenó con voz fría.
Mis pies parecían pegados al suelo mientras que los labios de Natalia se curvaron en una sonrisa al ver mi desesperación. La habitación se cerró a mi alrededor, asfixiándome con el peso de las expectativas rotas.
Finalmente, mis labios se curvaron hacia arriba, una sonrisa tiró de las comisuras de mi boca, pero estaba desprovista de alegría, era una máscara para ocultar el vacío en mi interior. ¿Por qué había esperado que él se preocupara por mí? Estúpida, que estúpida fui.
Me acerqué a ellos y saqué el anillo de mi dedo.
—Aquí tienes, tómalo —dije, mi sonrisa permaneció intacta—. Puedes quedarte con todo lo demás también, ya no lo quiero.
Era agotador seguir esperando que las cosas cambiaran, que él me aceptara de nuevo. Esas fueron mis últimas palabras al salir de la habitación, aceptando mi derrota. Natalia ganó, yo perdí.
De repente, sentí una mano agarrar mi muñeca por detrás, luego escuché la voz de Elías. —Rena.
Me congelé. Su voz fue tan suave que mi corazón latió con fuerza en mi pecho al ver por encima del hombro para encontrarme con sus ojos negros.
—La ceremonia de rechazo comenzará pronto. Te esperaré en el campo de entrenamiento.