Los ecos del combate aún retumbaban en las paredes del bastión enemigo cuando las reuniones privadas comenzaron a multiplicarse. La desconfianza era como un veneno lento que recorría los pasillos, esparciendo dudas con cada mirada furtiva, cada gesto fuera de lugar.
—Ese tal Kaer… algo no me cuadra. —Susurró una mujer de cabello blanco, con runas verdes brillando como cicatrices vivas en sus mejillas. Su voz apenas fue un aliento dirigido al comandante de seguridad mística, un hombre cuyos ojos sin pupilas veían más allá del velo físico.
—¿El nuevo recluta?
—Él y el otro, Enos. Son demasiado letales, demasiado disciplinados. No reaccionan como los demás ante el dolor, no preguntan, no vacilan y hay un aura antigua en ellos… No encajan. —El comandante frunció el ceño, había pensado lo mismo. Ambos reclutas, recién llegados, habían superado pruebas que harían quebrarse incluso a los guerreros más curtidos, pero no era solo su fuerza lo que inquietaba. Era su mirada, la calma que rode