El aire se tornó espeso, la tierra temblaba, las sombras contenían la respiración y la Luna… la Luna miraba.
El círculo sagrado estaba listo, ni una hoja se movía; el mundo sobrenatural, entero, era testigo de lo imposible.
Dos hermanos, dos alfas, dos destinos y una sola corona.
El terreno sagrado fue preparado: una gran arena circular, tallada entre montañas, con los emblemas de los ancestros grabados en piedra. Mil sombras observaban desde los límites: aliados, enemigos, curiosos… todos convocados por el magnetismo de la historia en construcción.
Los líderes de las razas sobrenaturales se sentaron en sus palcos elevados:
Vampiros de ojos centelleantes, druidas cubiertos de musgo y tiempo, hechiceros de túnicas vivas y lycans de cada rincón del mundo.
Todos aguardaban el choque de los titanes.
Ares apareció primero.
No llevaba corona ni manto. Solo una armadura negra, forjada con fragmentos del metal que usaban los protectores antiguos. Su cabello, al viento en una trenza, sus ojos,