La taza de té humeaba entre las manos de Isabel. El aroma a miel y hierbas no lograba calmar el torbellino que sentía en el pecho. El líquido templado, que alguna vez hubiera sido reconfortante, ahora parecía insuficiente para sostener la realidad que se desmoronaba frente a ella. Sus dedos temblaban ligeramente mientras se aferraban al borde de la porcelana, como si ese gesto pudiera anclarla a la cordura.
Frente a ella, Lucía la miraba con intensidad, sin parpadear, como si cada segundo fuera vital. El tic-tac del reloj colgado sobre la barra del café sonaba lejano e irreal.
—No solo me has visto en esa fiesta, Isabel. —Le sonrió con dolor.
—¿Entonces… nos conocemos? —Preguntó Isa, recelosa, como si temiera la respuesta. Sus ojos brillaban con desconfianza, pero también con una chispa de algo más profundo, algo que no podía nombrar.
Lucía asintió con vehemencia, su voz cargada de emoción contenida.
—Sí, muchísimo más de lo que imaginas. Soy tu mejor amiga, Isa. Te juré pr