En el bosque que rodeaba el castillo del Este, la oscuridad era casi total, como si el propio cielo supiera lo que estaba por suceder. No había viento, no había estrellas. Solo un silencio espeso, expectante, como la respiración contenida de un Dios que observa el inicio de una tragedia.
Kaelen avanzaba en silencio entre las sombras, la capa negra pegada al cuerpo, los ojos adaptados a la falta de luz. Su andar era firme, letal. Detrás de él, un pequeño escuadrón de élite lo seguía: criaturas invocadas por magia oscura, híbridos de carne y bruma, capaces de desintegrarse y reaparecer como humo letal. Eran los más fieles a la causa, pero no necesariamente a él.
—Recuerden. —Susurró sin volverse. —Nadie toca a Nyra. —Los demás no respondieron, pero Kaelen no necesitaba palabras. Conocía sus pensamientos. Sabía que muchos de ellos ya no compartían su lealtad hacia ella. Sabía que incluso los altos mandos comenzaban a considerarla un riesgo, un obstáculo.
Él lo había escuchado todo en la