El calabozo estaba frío. La humedad rezumaba de las piedras antiguas, y el silencio era tan denso que parecía tener peso. Todo allí era oscuridad, encierro y un eco de derrotas.
Kaelen no había dicho una sola palabra desde que lo capturaron y encerraron.
Ni siquiera cuando Ares le había escupido que ya no era más que un prisionero. Ni cuando Isabel le preguntó si su lealtad seguía siendo hacia el bastión o hacia Nyra.
Solo guardó silencio. Un silencio que se llenaba con el recuerdo de los ojos de ella… mirándolo como si fuera un enemigo.
Ese recuerdo era más cortante que las cadenas que le amarraban las muñecas.
Lucía caminaba por el pasillo subterráneo, los pasos lentos, el eco de su andar resonando como tambores de guerra en su interior. La antorcha más cercana lanzaba una luz tenue sobre su rostro tenso. Cada paso era una batalla contra su orgullo, su miedo y su corazón.
Sabía que era una locura ir a verlo. Henrry le había dicho que no confiara, que no se dejara llevar por la