El suelo se le removió bajo los pies, Isabel no podía creer lo que pasaba ante sus ojos, ella se sintió morir y se negó a todo lo evidente. ¿Su madre y su prometido? Esa pregunta resonó como el más escandaloso grito y entonces su corazón se partió en miles de pedazos.
―¿Qué haces aquí? ―Víctor visiblemente sorprendido por su presencia se mostró a la defensiva. ―Se supone que debías estar con tus amigas. ―Lo que antes era sorpresa ahora es irritación. ―¿Qué que hago aquí? ―Isabel sonrió a causa del dolor. ―¿Cómo puedes preguntarme eso cuando tú estás enrollado con mi madre? ―Briana, la madre de Isabel estaba petrificada sentada todavía sobre la isla cubierta por la ancha espalda de Víctor. ―Es mi madre… ―Su voz se le quebró y no hubo retorno, la nariz le ardió anunciando las lágrimas. ―Hija... ―¡Tú no hables! ―Gritó Isabel callándole la boca a la mujer que apenas había susurrado. ―¡No te atrevas a hablarle así! ―La defendió Víctor. ―Debes calmarte, cielo. ―¿Cómo puedes defenderla y pretender que me calme? ―Isabel se sintió rota, el peor dolor que había sentido nunca. ―¿Por qué con mi madre? ―Preguntó lo que su corazón se negaba a preguntar. ―¿Por qué con mi novio? ―Derrotada miró a su madre. ―¿Nadie manda en el corazón, amor? ―Víctor la miró con ternura. ―Briana no tiene culpa de nada de esto, ¿Puedes comprenderlo? ―La miró con ruegos hundiendo más a Isabel en su agonía. ―Podemos resolver esto. ―Pasó saliva. ―Te amo con todo mi corazón y también la amo a ella, las amo a las dos. ―Lamió sus labios. ―¿Cómo puedes decir todas esas cosas? ―Sollozó mirándola desde el piso donde había caído de rodillas. ―Se supone que me amabas a mí, que te gustaba estar conmigo, que yo era la única para ti e incluso estabas de acuerdo en no acostarnos hasta el matrimonio. ―Lo sé, pero por favor, entiéndeme. ―Suplicó dándole justo esa sonrisa que la debilitaba siempre, pero eso provocó más dolor en Isabel. ―Agradezco que te hayas dado cuenta antes de la boda. ―Tiró de Briana quien no se inmutó en cubrir su desnudez o decir palabra y después extendió la mano libre hacia Isabel. ―Así podremos casarnos e irnos los tres de luna de miel y amarnos como debe ser ―Isabella alzó la mirada horrorizada por las palabras del hombre que ella amaba con todo su ser. ¿Por qué las dos personas en las que más confiaba la traicionaron de esa manera tan cruel? ¿Por qué el hombre que juró amar todo de ella ahora le decía esas cosas sin sentido? ¿Cómo pudo su madre, la persona que debía cuidarla hacerle algo tan vil como meterse con quien amaba? Pero nada le dolió tanto como el silencio de la mujer frente a ella, de esa que debía protegerla con uñas y dientes. ¿Cómo podía estar de acuerdo en algo tan enfermo? ―Es mi madre. ―Isabel no encontraba otras palabras, su aturdido cerebro solo podía repetirlas como un bucle. ―Mi madre… ―No quise hacerte daño. ―La voz dulce de Briana abrió una profunda herida en el alma de Isabel. ―Nos enamoramos, deberías estar feliz por mí. Podemos darle todo el amor a Víctor, ambas, juntas. ―Suspiró. ―Siempre hacemos todo juntas, ¿Por qué no podemos amar al mismo hombre? ―Es mi prometido y tú mi madre. ―Susurró sin querer procesar la locura que estaba escuchando. ―Lo amo… nos casaríamos. ―Soltó un desgarrador grito. ―Nos amábamos… ―Todavía lo hacemos. ―Víctor la cortó. ―Pero también nos amamos tu madre y yo. ―Besó los labios de Briana ante la destrozada mirada de Isabel. ―Por favor, únete, amor. ―¡Me dan asco! ―Lo que antes era una profunda tristeza se convirtió en un golpe de ira. ―¡Ambos son unos desgraciados y enfermos! ―Golpeó la mejilla de Víctor antes de marcharse furiosa. Isabel tenía sus pensamientos confusos y el dolor en su corazón fue demasiado para ella, se sentía sofocada y las imágenes además de las palabras de su madre mientras estaba follando con su prometido azotaban cada vez con más fuerza y más la idea enferma que tenían ambos. Al salir del edificio la torrencial lluvia y el aire frio la recibieron, pero ni aun así ella pudo respirar. ¿Cómo puede una madre hacerle algo así a su hija? ¿Cómo puede un hombre traicionarte después de decirte una y mil veces que ama todo de ti y pretender que comparta su amor con nadie menos que con tu madre? ¿Cómo es que la vida puede destrozarte en un abrir y cerrar de ojos? Las lágrimas se mezclaron con la lluvia y cuando Isabel fue capaz de subir al coche los gritos fueron más que desesperantes y dolorosos, ella no sabía cómo lidiar con todas las emociones que estaba experimentado. Creía que tenía la vida perfecta y ahora no tiene nada. ―Por favor, no se preocupen por mí. ―Isabel intentó contener el llanto y centrarse en la carretera mientras enviaba el mensaje de voz a sus amigas. ―Yo estaré bien y en cuanto tenga las fuerzas para volver lo haré. ―Sollozó incapaz de controlar el dolor de su corazón. ―Cuídense mucho y… Aaahhh. ―El estropicio la aturdió. ―¡Carajos! ―Gruñó el imponente hombre de cabello negro largo, ojos azules y gélidos con tatuajes que cubrían gran parte de cuerpo. {Luna} Rugió la voz interior del hombre con desesperación. {Está aquí, la hemos encontrado, Luna} insistió resonando con más fuerza. El hombre miró el carro que impactó con el suyo y se llevó la mano al pecho. Él había conducido bajo esa torrencial lluvia sin rumbo fijo y no lo comprendía, pero ahora todo había quedado claro. ―Finalmente. ―Su voz gruesa razonó en el silencio de la noche. ―Ahora podré llevármela. ―Sentenció acercándose a la puerta del conductor y al ver a Isabel inconsciente su alma revoloteó y su intenso olor lo embriagó. Isabel se estremeció al sentir aquel calor que la cobijó tan perfectamente, ella intentó abrir los ojos, pero la debilidad de su cuerpo por el impacto del accidente y el dolor de la traición no le permitieron más que parpadear un par de veces. Ella solo logró ver unos ojos azules intensos que la miran con atención, no sabía cuanto había pasado, pero la lluvia ya no mojaba su rostro ni tampoco hacía ruido. ¿Dónde estaba y por qué se sentía tan bien? Fueron las palabras de la casi inconsciente mujer. {Sufre} Rugió Trevor, el lobo del alfa más temido, Ares. {Sufre mucho} insistió percibiendo el dolor en su destinada. ―Ya no lo hará más. ―Ares la acostó sobre el asiento del pasajero del coche y sin pensarlo la mordió, él ató su alma a la de ella y el instinto de protección se activó en él mientras Isabel chillaba e implorara que el intenso dolor parara. ¿Qué estaba pasando? ¿Por qué dolía tanto? Ella trató de quitarse, de suplicar por piedad, pero el dolor fue más de lo que podía soportar y desmayó sin poder defenderse. ―Ahora no sufrirás más porque eres nuestra.