Capítulo 3: Un Tipo Loco

Ares miró a la que ahora es su luna y suspiró, se precipitó a marcarla, ni siquiera pudo hacerle el amor antes de reclamarla como suya, ese pensamiento lo enojó más, su olor lo está enloqueciendo. Ella lleva tres días dormida y aun así se vio obligado a emprender el viaje para reclamar lo que le pertenece.

Él un lobo alfa de trescientos años dejó su manada porque no tenía una compañera y todos tomaron la decisión de creer que la Diosa lo había castigado al no darle una destinada así casi obligándolo a casarse con cualquiera mujer de buena familia y por eso se vio obligado a huir, ya que se negaba a amar a alguien que no fuera la indicada para él, cosa que todos vieron como una locura, pero ahora ahí estaba esa rubia de ojos grises y realmente hermosa en el asiento del pasajero.

Es una bestia con un temperamento difícil, todos le temen, pero la ausencia fue demasiado larga y no sabe con lo que se puede encontrar. El suspiro a su lado lo sacó de sus pensamientos, inmediatamente sus ojos azules y magnéticos además de intimidantes se fijaron en la mujer a su lado.

―Dios, mi cabeza. ―Se quejó Isabel acomodándose. ―¿Acaso me pasó un tren por encima? ―Se preguntó todavía sin abrir los ojos.

―No un tren, pero sí un hombre de más de dos metros y puro músculo duro. ―Isabel inmediatamente se puso rígida en su puesto y miró a su lado.

Sus ojos se agrandaron al ver tal espécimen, sus ojos jamás habían visto tanto en un hombre como lo estaba haciendo en ese instante. Su cabello en un moño despeinado y con algunos mechones sueltos le daban un aire despreocupado, su cuello ancho y con venas la dejó sin respiración, su rostro es como si fuera tallado por los ángeles, él no tiene ninguna imperfección, sus ojos son grandes e intensos, su nariz perfilada y perfecta, ni hablar de esa mandíbula cuadrada que le da un toque masculino que no cualquiera la tiene.

Sin saber el motivo, ella apretó sus piernas y pasó saliva con dificultad. ¿Qué hace ella al lado de un desconocido? ¿Qué había pasado? No se estaban enterando de nada.

―¿He muerto y eres el demonio que me lleva al infierno? ―Su pregunta fue genuina y eso le hizo incluso más gracia a Ares quien rio de esa manera que derretía a cualquiera.

―Soy un demonio sí. ―Le dio la razón. ―Pero al único infierno que perteneces es al mío. ―Isabel se sintió alarmada por esas palabras. ―Tranquila, aunque deseaba follarte me contuve. ―La calmó. ―Solo te reclamé como mía.

―¿Eres un asesino serial que además está loco? ―Ella miró a su alrededor buscando una vía de escape, pero fue consiente de que iba en un auto. ―¿A dónde me llevas y porque estoy en tu coche? ¡¿Qué está pasando?! ―Se alteró. ―¿Ellos te pagaron para que me desaparecieras?

―¿De qué hablas? ―Preguntó genuinamente confundido.

―Mi pareja… él y mi madre…

―¡Tu única pareja de ahora en más soy yo! ―Sentenció con voz grave callándola de golpe. ―Solo cuando hablas de mí te puedes expresar de esa manera. ―Descuidó el camino y posó sus intensos ojos en ella. ―Soy tu alfa, rey y pareja. ―Isabel se aferró al cinturón de seguridad. ―El único ser en este y los demás mundos al que deberás amar, respetar y complacer siempre.

―¿Qué? ―Isabel estaba realmente asustada. ―No te conozco de nada. ―Se agitó por la aguda mirada que estaba recibiendo. Ella inmediatamente recordó las palabras de Víctor “gorda” eso la incomodó más. ―Por favor, no me mires así. ―Su voz se quebró y eso llamó fuertemente la atención de Ares.

―¿Por qué? ―No se inmutó. ―Tienes hermosas caderas para parir a mis cachorros y unas enormes nalgas a las cuales aferrarme cuando te tenga en cuatro sobre la cama dándote como un maldito animal. ―Isabel quedó congelada al escuchar desparpajo del hombre, ella realmente deseó salir corriendo.

―¿Por qué estoy contigo? ―Insistió en su pregunta original.

―Tal vez no entiendas nada, pero si escuchas a tu corazón sabrás lo que pasa. ―Cada palabra que salía de esa boca convencía más a Isabel que debía huir de ese loco.

―Los corazones no hablan. ―Susurró como una tonta, muerta de los nervios y la incertidumbre de a que estaba jugando él. ¿Víctor y su madre son tan crueles como para dejarla a merced de un maniaco?

―Incluso nuestras almas tienen una voz. ―Ares miró la carretera, nunca había sido sutil. ―Soy un hombre lobo y la Diosa te eligió como mi pareja de vida, por lo tanto, estamos conectados en cuerpo, mente y alma. ―Isabel dejó de respirar, ¿Qué tan loco debía estar alguien para hablar tantos disparates? ―Si en este instante yo deseo tocar tu cuerpo, reaccioná a mí. ―Estiró la mano e Isabel dejó de respirar.

―¡Tengo que ir a un baño! ―Prácticamente gritó desesperada por salir de ese lugar.

―Y estás hambrienta. ―Eso la hizo sonrojar de la vergüenza, pero asintió sabiendo que eso le daría la oportunidad de huir de ese loco. ―Estamos cerca de una gasolinera, ahí podrás ir al baño y comer algo. ―Le dio una rápida mirada. ―En cuanto encuentre un hotel descansaremos mejor. ―Eso alarmó de más a Isabel, ella no pensaba quedarse en un hotel con ese hombre.

Isabel fue incapaz de decir algo más, su mente estaba tan confundida que apenas podía procesar lo que le estaba pasando. Recuerda perfectamente encontrar a su prometido follando con su madre, ella estaba tan destrozada que condujo mientras usaba el móvil.

―¡Un accidente! ―Exclamó al recordarlo. ―Yo tuve un accidente. ―Se miró al espejo y todo vino a su cabeza.

La lluvia, el estrepitoso choque, los fuertes brazos de un hombre, la calidez que la cubrió y después la fuerte mordida que se sintió como si le arrancara la vida. Inmediatamente, miró su cuello y no ver una marca la descolocó, ¿Acaso estaba soñando? Se cuestionó.

Desesperada y con esa sensación de peligro calando en sus huesos, aprovechó que el loco maniático estaba dentro de la tienda para huir. Ella debe volver a casa y buscar ayuda de sus amigas. Por alguna razón está convencida de que su ex prometido y madre tienen todo que ver con lo que le está pasando.

―Vaya, preciosa. ―Un hombre con una pinta bastante desagradable le sonrió. ―¿Quieres dar una vuelta? ―Enarcó una ceja al darse cuenta de como miraba la moto.

―¿A dónde te diriges? ―Preguntó Isabel valientemente.

―Al sur. ―Esa respuesta fue suficiente para ella.

―Bien, entonces sí, puedo ir contigo. ―Le quitó el casco de la mano y subió a la moto. ―Vamos, no hay tiempo que perder. ―Lo apresuró.

―¡Mierda! ―Ares que iba saliendo de la tienda la vio alejarse en la moto con el desconocido. ―¡Carajos, no!

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