“—He visto que nadie viene a esta habitación. —El hombre intentó ver el interior de la maltrecha habitación, pero Isabel, aferrada a la puerta, trató de evitarlo.

—Quizás no sé da cuenta cuando llega mi esposo. —Mintió llena de miedo por la mirada lasciva del aterrador hombre que mantiene la mano sobre la puerta para que no se le sea cerrada en la cara. —Ya es tarde y necesito descansar. —Trató de cerrar la puerta, pero el tipo lo evitó una vez más.

—¿Qué tal si me invitas a un café y de paso te acompaño hasta que tu marido llegue? —Empujó tan fuerte que Isabel se vio obligada a retroceder para que la puerta no golpeara su vientre. —Vaya, ahora comprendo por qué estás sola. —La sonrisa lo dijo todo, Isabel intentó correr, pero su cabello fue atrapado.

—Aaahhh. —Gimió de dolor y poco después chilló desesperada por estar entre los brazos del hombre alto y desagradable. —Por favor, no. —Suplicó con los ojos llenos de lágrimas”.

La ciudad olía a gasolina, pan caliente y humo de cigarrillo