La ciudad no perdonaba a los débiles y las personas no sentían lástima por un corazón roto.
Las cuentas se apilaban como montañas imposibles. La dueña de la pensión ya no aceptaba excusas. Logan apenas podía ocultar la desesperación tras esa sonrisa cansada que usaba para tranquilizarla. Odiabä no poder ayudar a Isabel tal y como lo hacía en la manada.
El dinero de los pasteles no alcanzaba. El turno de limpieza en las oficinas la estaba matando, y el cansancio pesaba más cuando sabía que en su vientre crecía una vida que aún no tenía nombre, ni futuro, ni un padre digno.
Isabel apenas podía sostenerse de pie algunas noches, pero prefería eso mil veces antes que aceptar lo que Ares le ofrecía: ayuda.
Porque claro que había regresado, no como un lobo en medio del bosque, sino como un emperador disfrazado de redentor, con sus trajes limpios, con sus malditas ofertas de apartamentos, médicos privados para su terrible resfrío y comida caliente.
Todo con el mismo tono condescendiente con e