De regreso en su oficina, Gabriel sacó el teléfono con los dedos temblorosos.
La ventana de chat conmigo seguía sin respuestas. Solo quedaban sus mensajes, cada vez más desesperados, colgados en un silencio digital.
Intentó llamarme de nuevo.
Fue directo al buzón de voz.
Mi voz, cálida y profesional, le respondió: «Has llamado a Aria Blanca. En este momento no puedo atenderte, pero...».
Colgó antes del tono, con el corazón hecho pedazos una vez más.
Recordar las palabras burlonas de Luciano al menos le dio una pista.
Si yo había contactado a Luciano, entonces él sabría dónde estaba.
Gabriel llamó a sus subordinados beta, con la voz ronca por el cansancio.
—Encuéntrenla. Usen todos los recursos que tengamos. Revisen hoteles, casas seguras, lo que sea. No me importa el costo.
—Sí, alfa. ¿Y las reuniones de alianza?
—Las atenderé yo mismo.
Mientras tanto, tuvo que intentar salvar lo que quedaba de sus alianzas tambaleantes.
Fue de manada en manada, rogando puerta por puerta, tragándose el