Capítulo 76

La manada partió con el sol en ascenso, y la luz nueva parecía imponer otra forma de ser: más firme, menos precipitada. Tras la última velada, cada quien había recogido su promesa y su objeto con nombre; la pieza de cordel que Serenya había dejado había sido anudada al asta del estandarte, y la manada la veía como un talismán. Mientras marchaban, la conversación insistía en cosas prácticas: rutas, víveres, personas que aún necesitaban rescate. Pero también había espacio para lo menos urgente: quién quedaría a cuidar la fragua de un pueblo libre, quién llevaría noticias a familias que esperaban, quién enseñaría a los lobeznos a no temer al hombre que no es lobo sino vecino.

La primera etapa del trayecto los llevó por una llanura antigua que olía a estiércol y a trigo; estaciones de caravanas rotas habían sido convertidas en refugios por gente que recuperó su nombre y volvió. En todas partes, la manada dejó su huella con actos simples: reparación de techos, curación de quemaduras viejas
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