Capítulo 7. Entre la culpa y el deseo
La luz de la mañana se filtraba por las cortinas pesadas de la habitación. El canto lejano de los pájaros contrastaba con el silencio que llenaba el cuarto. Abrí los ojos lentamente, sintiendo el peso del cuerpo de Alejandro a mi lado.
Por un instante, pensé que había soñado todo. Que la pasión, los besos, el dolor y el placer habían sido una fantasía creada por mi mente agotada.
Pero al girar el rostro lo vi allí, dormido, con el ceño levemente fruncido, como si incluso en sueños estuviera luchando contra sí mismo.
El corazón me dio un vuelco. La realidad me golpeó con fuerza: lo habíamos hecho. Había cruzado la línea. Había entregado mi inocencia a mi padrastro.
Y no me arrepentía.
Me incorporé un poco, observando su rostro. Había algo en él que nunca antes había notado: la vulnerabilidad. Ese hombre imponente, siempre tan seguro de sí mismo, ahora parecía humano, incluso frágil.
Me incliné y rocé suavemente sus labios con los míos en un beso tímido, casi infantil. Pero sus ojos se