Capítulo 6. La noche de la verdad
La mansión estaba sumida en un silencio sepulcral. Afuera, la tormenta golpeaba los ventanales con ráfagas de viento y lluvia, como si el mundo entero advirtiera lo que estaba por suceder.
Yo caminaba de un lado a otro en mi habitación, incapaz de dormir, con el corazón latiendo a un ritmo frenético.
No podía sacarme de la cabeza lo ocurrido en el bar. Sus besos, sus manos, la manera en que me había levantado y sentado sobre la barra como si fuera suya.
Alejandro había dicho que aquello no debía repetirse, pero yo lo sentía en cada fibra de mi ser: estábamos destinados a romper todas las reglas.
Una parte de mí estaba aterrada. La otra, encendida.
Tomé aire y abrí la puerta. Mis pies me llevaron casi sin querer hasta el pasillo. La luz tenue iluminaba el camino hacia su despacho. No debía estar allí, no debía siquiera pensarlo.
Pero mis pasos seguían avanzando, guiados por una fuerza más poderosa que la razón.
Cuando llegué, la puerta estaba entreabierta. Lo vi sentado detrás del escr