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22. Sal que cura, sal que hiere

Mariel

La sala ritual huele a piedra mojada, sal negra y resina. El fuego azul de las antorchas proyecta sombras rectas en la pared. Sasha me espera junto al círculo de ámbar. No sonríe. Me mide.

—No improvisamos —dice—. Sigues mis pasos. Si siento que te vas, te saco.

Asiento. No discuto, me dejo guiar. No sé por qué, pero ella me transmite paz. Iraen y Sorel yacen en camillas bajas, separados por una línea de sal. La piel de ambos tiene manchas grises que suben y bajan como si respiraran por su cuenta. No es normal. No es natural.

—¿Puedes olerlo? —pregunta Sasha.

Cierro los ojos un segundo. Sí. Huele a cal húmeda y algo parecido al óxido. Me da náusea.

—Está vivo —respondo—. No es veneno. Es un conjuro en movimiento.

Kael está a mi espalda. No habla. Su presencia sostiene el aire. Cuando lo miro, asiente corto. «Estoy aquí», dice sin decirlo. Y solo con eso, me da una sensación de protección tremenda.

Sasha me entrega un cuenco de piedra. Dentro, agua del cauce interno. Le añade tr
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