17. Aullido bajo la sal
Kael
No huele a bosque. Huele a cal quemada. A soga húmeda. A metal listo para abrir carne.
Royer me mira desde la sombra del pino. Asiente sin emitir sonido. Dos dedos: tres hombres, un cojo. Ya lo sabíamos. Lo que no sabíamos era el coro de aullidos detrás.
—Al norte —dice, bajo—. Los de Cal trajeron perros y lobos.
—No son suyos —mascullo—. Son sucios. Comprados.
Mi nuca arde un golpe. La Marca. Un latido caliente, breve. Mariel cruza el Sendero y yo aquí, conteniendo una guerra. No voy a llamarlos. Nocte no sabrá de ella hasta que yo decida.
La primera bala canta. Se estrella en la roca junto a mi oreja. El plomo me silba. Caigo sobre un tronco y ruedo. Royer dispara dos veces. Un hombre de Cal se pliega como si le cortaran los hilos.
—Muévete rápido —ordeno. Me muevo.
El bosque nos conoce. Dejo el cuerpo al ras del suelo, avanzo, muerdo el aire para pescar olores. Tabaco frío. Pólvora vieja. Sangre de cobarde. Y, encima, la capa gruesa de sal. Me seca la lengua.
Los aullidos crec