172. El furor
—Yo te pertenezco, mi amo —dijo ella, temblando y con su piel ardiendo.
—Quítate la blusa —dijo Heinz de manera rotunda.
Ha-na bajó la mirada mientras sus manos temblorosas alcanzaban el borde de su blusa. Su respiración era errática, el pecho subía y bajaba de manera irregular, evidenciando la lucha interna que tenía en ese momento. Lentamente, comenzó a levantar la prenda, dejando al descubierto su piel tersa y clara. Cada centímetro que se revelaba parecía robar el aire del ambiente. Su vientre plano, perfectamente definido, se mostró primero, seguido de la curva delicada de su cintura, su ombligo afable y los omóplatos bajo su cuello.
El brasier que llevaba era de encaje rojo, sencillo, pero elegante, resaltando su feminidad sin caer en la ostentación. Las tiras delgadas se ajustaban perfectamente a sus hombros, dibujando una línea que realzaba su figura. La piel de Ha-na, impecable y suave, parecía reflejar la tenue luz de la habitación. Era asiática y su tez parecía como muñeca