Sofía, un poco mareada, se recargaba en Alejandro, su aliento tibio rozaba su cuello con un ligero aroma a alcohol.
Alzó una mano y le dio un toquecito suave en el pecho, mientras la punta de sus dedos dibujaba círculos sobre la tela de la camisa.
—Alejandro… ¿por qué eres tan alto?
La mirada de Alejandro se intensificó. Trató de controlar la emoción que le recorría, su voz sonó grave.
—Estás borracha.
—¡Claro que no estoy borracha!
Sofía murmuró, contrariada. Le rodeó el cuello con los brazos, casi colgándose de él.
—¡Estoy súper bien! Solo que… pues… eres muy guapo.
Levantó la cara, mirándolo con sus ojos almendrados y algo perdidos. Tenía el rabillo de los ojos enrojecido, y ese toque de ebriedad le daba un aire especialmente tierno y dulce.
Alejandro sintió una punzada en el corazón, como si una corriente le recorriera todo el cuerpo.
Reprimió la emoción que lo embargaba, esforzándose por mantener un tono neutro.
—Ya, tranquila. Te llevo adentro.
Alejandro tomó a Sofía en brazos y