No podía seguir así, sin rumbo. Esto no lo iba a llevar a ninguna parte. Al volver, Daniel fue a la empresa para ver a su padre.
—Papá, ya no quiero seguir ocultando quién soy.
Al escucharlo, a su padre casi se le subió la presión.
—¡Estás loco! ¿Crees que todo se va a hacer como tú digas? ¿Entonces para qué sigo con la empresa? ¿La cierro de una vez?
Daniel aguantó el regaño.
—Ya, ya, papá. Sé que me equivoqué. Tú no te preocupes. Esta vez puedes confiar en mí, te prometo que voy a ser más mesurado. Ya no voy a hacer estupideces.
Con toda seriedad, se puso la mano en el corazón.
—Te lo juro, es la última vez.
Al ver la escena, su padre sintió que se quedaba sin aire. Se dio unas palmaditas en el pecho, mientras se repetía para sus adentros: «Es mi hijo, es mi hijo. No le puedo pegar». A fin de cuentas, era el único heredero de la familia Mendoza. El único.
—¿Y entonces qué? ¿Qué piensas hacer después de dejar de esconderte?
Su padre no creía que fuera capaz de pensar tan a futuro.
«¿Y