En realidad, no tenía ni el derecho ni el lugar para estar ahí.
Al comprenderlo, una sombra de desánimo cruzó su mirada. Abrió la boca para decir algo, pero no tenía defensa.
—Ya entendí.
Mateo bajó la vista. Ya no quedaba nada de su habitual actitud despreocupada y segura. Por fin lo había asimilado: su presencia en ese lugar estaba fuera de lugar. No se trataba solo de quién era, sino de la situación en la que se encontraba.
Si quería visitar a Lorena, tendría que esperar a que los empleados de la empresa tuvieran tiempo para poder unirse a ellos. Aparte de eso, no era nadie.
Dejó las cosas que traía y le indicó a Alejandro con un gesto que se las llevara después.
—Tienes razón. Mejor me voy. Ya que haya oportunidad, vendré a ver a la directora Vargas.
Alejandro no respondió, solo asintió. El mensaje era claro: él se encargaría de llevar las cosas y de comunicar su intención.
Al final, Mateo se dio la vuelta y se fue.
«Seguro que más adelante tendré una oportunidad», pensó.
«Ojalá...