Teresa no pudo evitar poner los ojos en blanco. En el fondo, pensó, casi era mejor que la boda no se celebrara tan pronto.
Ya le había quedado claro que esa tal Valeria no era ninguna florecita tierna. Una vez que entrara a la familia, quién sabe cuántos problemas iba a causar.
Ella ya estaba muy grande para soportar esos dramas.
Al escuchar a su esposa, Mario sintió que la furia lo consumía.
—¿A qué te refieres con eso? ¿Es solo mi hijo y no el tuyo?
Teresa abrió los ojos de par en par.
—Yo no he dicho nada de eso. Eres tú el que lo está diciendo todo.
Mario se enfureció aún más y empezó a caminar de un lado a otro.
—Todo lo que hago, toda esta presión para que se casen, es por el bien de esta familia. ¿O qué, no tienes ni idea de cómo está la empresa? Ya me imagino, cuando el negocio quiebre, a ver a dónde vas a ir a arreglarte las uñas o con qué amigas te vas a juntar a pasar las tardes. No valoras nada.
Suspiró con desprecio y salió de la casa. Discutir con esa mujer era un caso pe