La madre de Eduardo también insistió.
—Anda, Vale, come más. ¿No decías que te encantan estas costillas? Cuando se casen, vas a poder comerlas todos los días.
Teresa sonrió con una amabilidad estudiada, desplegando su mejor táctica: dulzura irresistible.
Al principio, Valeria se sintió un poco conmovida, pero al escuchar esa frase, paseó la mirada por la mesa. Se dio cuenta de que toda la familia la observaba con una extraña ansiedad, como si estuvieran desesperados por que se uniera a ellos cuanto antes.
Al notar esto, pasó de estar conmovida a quedarse inquieta.
Ni siquiera le había respondido todavía a la pregunta que Eduardo le había hecho antes.
Con una actitud seria, habló con claridad.
—Miren, sé que quieren que me case con Eduardo, pero como ya les dije, esa es una decisión que no puedo tomar yo sola. Tengo que hablarlo con mi madre. Si yo les doy el sí ahora y luego ella no está de acuerdo, ¿entonces qué? ¿De quién sería el problema?
Las palabras inesperadas cayeron, disipando