Sofía resultó ser mucho más peligrosa de lo que había pensado.
El sudor le perló la frente a Javier. Le temblaban los labios, quedó mudo de la impresión.
Sofía no dijo nada más. Dio media vuelta y salió apresurada del despacho de Javier.
El repiqueteo de sus tacones al alejarse por el pasillo parecía martillarle el pecho a Javier, poniéndolo cada vez más tenso.
Se desplomó en la silla, temblando de rabia.
«¿Con qué derecho?»
«Una simple estudiante muerta de hambre como esta, ¿y cómo se atrevió a plantárseme así?»
La frustración lo consumía. Se levantó de un salto y salió disparado de su despacho.
Apenas Sofía puso un pie en el área general de oficinas, oyó ciertos murmullos a su alrededor.
—¿Sofía Vargas? ¿Qué hace aquí? ¿No había renunciado?
—Quién sabe. Seguro vino a rogarle a Ortiz.
Algunos empleados cuchicheaban curiosos entre sí, con un claro tono de burla.
Sofía ignoró por completo esos fastidiosos comentarios y se dirigió hacia el que había sido su escritorio.
De pronto, un tiró