Sofía abrió los ojos de par en par; por fin entendía por qué Valeria se había empeñado tanto en que aceptaran las copas. Aquello no tenía nada que ver con una reconciliación; era solo el primer movimiento.
Alejandro tenía la camisa mojada pegada al pecho.
—¡Crash!—
La charola se estrelló contra el suelo.
—Disculpe, señor, no fue a propósito. ¿Se encuentra bien? Qué pena, mil disculpas.
El alboroto atrajo las miradas de todos los presentes, que voltearon hacia ellos.
Antes de que Sofía pudiera decir nada, Valeria se acercó y le reclamó al mesero con dureza:
—¿Pero qué te pasa? ¿Así es como trabajas? ¿Ni siquiera puedes con unas copas? ¿Qué, no quieres tu bono este mes o qué? ¿Quién es tu supervisor?
Sofía arrugó la frente. Ver a Valeria en ese plan le provocó una extraña incomodidad.
—Ya déjalo, Valeria. ¿De qué sirve que lo regañes? Ya pasó lo que pasó.
Valeria se llevó una mano a la frente, fingiendo que apenas caía en cuenta.
—Tienes razón. Yo llevo a tu esposo a que se cambie. Eduar