Sarah
El salón olía a flores frescas y a cera derretida. El silencio era tan denso que parecía que nadie se atrevía a respirar. Apenas crucé la puerta, vi a Anastasia desplomarse en llanto. El sonido de sus sollozos me atravesó como un golpe seco.
Antes de pensarlo, solté la mano de Devon y fui hacia ella. Su cuerpo temblaba entero cuando la rodeé con mis brazos. Mi vientre me pesaba, pero la apreté contra mí con la fuerza que tenía. Sentí cómo su llanto me empapaba el hombro.
—Lo siento tanto… —balbuceó entre hipidos—. Me arrepiento de cómo fui con mi hermano. No siempre… no siempre lo traté como debía.
Le acaricié la espalda en círculos lentos, como si así pudiera sostenerla.
—Shhh… no te culpes, Ana. Todos estamos perdidos con tanto dolor.
Ella levantó la cabeza. Su rostro estaba hinchado, la nariz roja, los ojos buscando aire. Con un gesto tembloroso me pidió que la siguiera. Caminamos juntas hasta la cocina.
Allí, el murmullo del salón quedó atrás. Solo se escuchaba el tic-tic de