SALVADORA

Cerré los ojos y rogué que Devon no cayera. Cuando los abrí, aún estaba ahí. El viento agitaba su cabello; ese mismo viento me hacía temblar de frío. Me quité los tacones y corrí hacia él. Sujeté su camiseta con ambas manos y tiré con fuerza, atrayéndolo a mí. Ambos caímos al suelo; me golpeé la cabeza, y por unos segundos todo se oscureció. Cuando abrí los ojos, el rostro anguloso de Devon estaba a pocos centímetros del mío. En sus ojos había una mezcla de pánico y alivio.

—¿Estás bien? —me preguntó.

Sentía todo su cuerpo encima del mío. El calor que emanaba era agradable, su perfume también. Su boca olía a una mezcla de vodka y cigarrillos. No tenía idea de que fumara, pero sí parecía del tipo que lo hacía. Noté que sus ojos eran negros, muy negros; nunca había visto ojos tan oscuros.

—Rubí —dijo mi nombre como si intentara despertarme de un sueño profundo, con tono firme. Pero yo estaba despierta. Me dio un par de palmaditas en la mejilla. Supongo que me quedé detallando sus faccio
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