Sarah
Nunca pensé que celebraría un aniversario de bodas ajeno con una sonrisa en el rostro.
Pero aquí estaba.
Anastasia había decorado el jardín con flores de papel que sus hijos habían ayudado a hacer. Las mesas estaban cubiertas con manteles blancos sencillos, y el olor a pan casero salía de la cocina. Jacob asaba carne y los niños corrían por el césped con la cara pintada. Parecía una postal. Una que no esperaba vivir.
Vivía con ellos desde hacía meses. Después de todo lo que pasó, Anastasia me abrió las puertas de su casa sin dudarlo. Y eso… todavía me sorprendía. Nunca lo habría imaginado cuando era una niña, cuando ella y su hermana se turnaban para recordarme que yo no pertenecía. Pero la vida da giros inesperados. Y a veces, aunque no lo creas, las personas cambian. Ella cambió.
—¿Quieres que le diga a Jacob que te suba una silla más cómoda? —me preguntó, con esa preocupación constante que se le había hecho costumbre desde que se enteró de mi embarazo.
—No, estoy bien así —di