Anjur
No había podido dormir en toda la noche.
Cada vez que cerraba los ojos, veía lo mismo: la puerta de mi casa golpeada por la policía, los oficiales entrando con pasos pesados, sin preguntas esta vez, sin cortesías. Me esposaban sin decir una palabra, y cuando intentaba explicar, balbucear alguna defensa, lo único que escuchaba era la voz del agente joven leyéndome mis derechos como si los recitara de memoria. Afuera, los vecinos me observaban desde las ventanas como si siempre lo hubieran sabido. Como si supieran lo que hice, como si me hubieran visto cargar el cuerpo del anciano, disparar mi arma, mentirle al mundo entero.
Entonces aparecía ella. Mi exesposa.
A veces gritaba, a veces se quedaba en silencio. Pero siempre me lanzaba la misma frase con los labios apretados por la rabia:
—Te juro que no volverás a ver a Aarav.
Ese era el peor momento del sueño. Porque entonces lo veía a él. A Aarav.
Tenía la misma expresión de aquel día en el parque, hace ya más de dos años. Esa mir