Los hombres de Máximo subieron a las imponentes camionetas blindadas. Iban armados hasta los dientes: fusiles M16, Mini Uzi y pistolas automáticas. Máximo, sentado al volante de su vehículo, se persignó. Aquella noche haría temblar al pueblo de Pereyra. Empuñaba su Colt .38 heredada de su padre, con incrustaciones de diamantes. Una joya mortal.
Lo peligroso de ser un imbécil con poder es creer que nadie se atreverá a traicionarte. Ese era el error de los socios de Franco tenían poder, sí, pero Máximo era un estratega despiadado. Sabía dónde apretar... y cuándo. Y si presionas el lugar correcto, siempre hay alguien que habla. Y así fue. Sus hombres habían conseguido nombres, ubicaciones, rutas. Ahora iba por las respuestas.
Al llegar al sitio señalado, Máximo descendió del vehículo, ajustándose el abrigo.
—¡Quiero al cabecilla con vida! ¿Entendido? —ordenó con autoridad.
—¡Sí, señor! —respondieron todos al unísono.
Avanzaron a pie unos cien metros, rodeando el terreno con precisión qu