Horas despues Ariadna regresó a Las Animas, cruzaba la sala cuando escuchó las palmadas secas de Máximo o.
—Debo admitir que eres rápida y eficaz —dijo él, sarcástico.
—No sé de qué hablas —respondió, sin mirarlo.
Pero algo llamó su atención: un jarrón de cristal lleno de rosas frescas. Se acercó, tomó la tarjeta. Eran de Antonio Alzaga. Sonrió con ironía. El idiota había caído.
Máximo salió a buscar a Mateo. Quería saber absolutamente todo.
Esa noche, Ariadna cenó sola. Máximo no apareció. Después de la cena, se puso jeans, botas y una chaqueta. Afuera llovía. Tomó las llaves de la camioneta y salió bajo la tormenta. Iba a buscar respuestas.
Al escuchar la camioneta Máximo salió de su habitación, se dirigió a la cocina.
— ¿Donde esta Ariadna?
—Salió sola en la camioneta —respondió Mateo, sin poder ocultar su incomodidad.
Máximo sintió cómo la ira le trepaba por la garganta, quemándole el pecho. Apretó los puños. No podía creer que Ariadna hubiera sido tan inconsciente.
—Pue