La viuda Della Croze

¡Te has vuelto loca, Ariadna! No permitiré que hagas semejante estupidez —gritó Máximo, golpeando con el puño la mesa.

Ella se puso de pie con una calma peligrosa. Arrojó la servilleta con elegancia sobre el plato y lo miró con frialdad.

—Tú eres el que ha perdido la cabeza si piensas que necesito tu aprobación. No te tomes atribuciones que no te he dado —replicó, con voz cortante.

Máximo no se dejó intimidar. También se levantó y la siguió hasta tomarla del brazo con fuerza, tirando de ella hacia sí.

—¿Suéltame? —pidió Ariadna, alzando la mirada.

—No he terminado de hablar contigo, y a mí no me dejas con la palabra en la boca. No soy tu empleado. ¿Qué te propones? ¿Vengarte de tu madre llevándote a su amante a la cama? —escupió él, fuera de sí.

El golpe resonó en la sala. Ariadna le dio una bofetada con toda la furia que llevaba dentro.

—¡Quiero que te largues a tu país! —gritó ella—. ¡Desaparece!

Pero Máximo la sujetó por la cara, forzándola a mirarlo.

—Vuelves a ponerme un
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