JACKELINE
La mañana sabía a piel tibia y a pan recién hecho. Abrí los ojos con pereza y lo vi ahí, a centímetros, mirándome como si el mundo fuera mi comisura. Tenía el cabello suelto, los hombros desnudos, una sonrisa de esas que desarman ejércitos.
—¿De verdad tienes que irte tan temprano, gatita? —murmuró, con la voz todavía ronca.
—Sí —me acerqué para robarle un beso—. Te dije que debo acompañar a mi prima a control. Hoy conoceré a mis sobrinitos. Y sabremos si son niños, niñas… ¿niño y niña? Yo creo que son los tres niños, por cómo adoran tu pan.
Se rió, esa risa baja que me tiembla en el estómago. El tiempo pasó volando, ya llevábamos un mes juntos, y por la seguridad que Adriano le puso a Dalia, aún no habían podido conocerse.
—Jajaja… Tengo pan recién hecho —señaló la cocina con el mentón—. Puedes llevarles a esos tres glotones.
—Por eso te adoro, Alessandro.
Lo besé con dulzura, una caricia lenta que empezó en la boca y terminó en el pecho. Él me sostuvo de la nuca, como quie