JACKELINE
Dormí poco, pero por primera vez en semanas no peleé con la almohada. La madrugada me encontró mirando el techo como si fuera un mapa: un camino que iba directo de mi cama a la cafetería. No quise admitirlo, pero me puse la chaqueta roja —la más roja— porque él había dicho que le gustaban las banderas. Y yo, traicionándome, quise ondear una para que me encontrara fácil.
Llegué antes que nadie. O eso creí.
—Llegaste temprano —dijo su voz detrás de mí, baja, con ese filo suave que me mueve el piso.
Me giré. Tenía el pelo húmedo, otra vez, y algo en los ojos como si el sueño todavía le pesara en las pestañas. Traía una bolsa de papel.
—¿Pan? —pregunté, olfateando sin pudor.
—Pan —confirmó, sin triunfos—. De madrugada. No supe cómo traértelo… y pensé que el café lo adoptaría sin reclamar.
—La barista va a casarse contigo —resoplé—. El pan derrite voluntades.
—¿Y tú?
—Yo no me caso con nadie —dije, automática, y me odié por sonar a defensa en vez de broma.
Él no insistió. Abrió l